Son las personas nacidas a partir de 1995. Y en 20 años tomarán las riendas del poder. Crecieron con internet de alta velocidad en sus casas y el celular a mano. Aquí, el perfil de un grupo con características nunca vistas.
Todavía faltan alrededor de 20 años para que tomen las riendas las
liderazgo social y político mundial, pero la Generación Z (también
conocidos como centennials), la cohorte demográfica de personas nacidas a
partir de 1995, ya empieza a dejar sus marcas. Como suele suceder en
este ámbito, son las ciencias sociales de Estados Unidos las que más
esfuerzo han invertido en analizar las características de cada
generación, desde los baby boomers hasta los millennials. Y es desde
allí desde donde surge un primer esbozo sociológico de esta generación.
Es el grupo demográfico más étnicamente diverso de la historia de Estados Unidos: solo el 54% es blanco, mientras que el 24% es hispánico (o latino), el 14% es negro, el 4% es asiático, y el 4% restante es de otras etnias.
Son más cautelosos que generaciones anteriores. En 2014, el 66% de adolescentes había probado alcohol, en comparación al 82% en 1991. A su vez, en 2013, solo el 8% afirmó no usar cinturón de seguridad en el auto, en comparación con el 26% de 1991.
También registran menores índices de uso de drogas, embarazos adolescentes y alcoholismo que generaciones previas, como así también índices más altos de personas con secundario completo.
Pero tal vez el factor que más los identifica es algo que es visible hasta para el observador más casual: su vínculo estrecho con la tecnología. Junto con los integrantes más jóvenes de los millennials, el recorte demográfico anterior (nacidos entre 1980 y 1994), los miembros de la Generación Z nacieron con Internet de alta velocidad en sus casas, y el uso masivo de celulares empezaba a extenderse.
Según un estudio de 2014, el 41% de los jóvenes de este grupo pasan hasta tres horas diarias online para actividades no relacionadas con la escuela.
Pero hay un dato que los distingue en cuanto al uso de la tecnología, y es la aparición de las redes sociales. Para botón de muestra, vale recordar que Facebook se fundó en 2004, y que a partir de 2006 empezó a permitir que cualquier persona mayor a 13 años se uniera a su plataforma. Y para un investigador, este dato es un factor clave a tener en cuenta.
Jonathan Haidt es
un psicólogo social estadounidense, conferencista, autor e
investigador. Publicó sus primeras impresiones en un artículo de 2015
llamado The Coddling of the American Mind (Los mimos a la mente estadounidense), escrito junto a Greg Lukianoff, el cual luego fue convertido en libro en 2018.
Desde entonces, Haidt ha seguido investigando la cuestión y mantiene dos reviews open-source (una suerte de trabajo colaborativo donde distintas personas hacen aportes) con investigadores de Canadá y el Reino Unido, en donde recolecta información sobre el tema, tanto de quienes apoyan su teoría como de quienes la disputan.
En los últimos años, han surgido estudios que apuntan a un aumento en los niveles de ansiedad, depresión e índices de suicidios, entre miembros de Generación Z. La postura de Haidt, que él mismo reconoce tiene detractores, es que hay una relación entre estas alzas y el uso de redes sociales.
“Las alzas impresionantes en los niveles de depresión y ansiedad en personas nacidas después de 1995 afecta especialmente a las mujeres”, explica Haidt en diálogo con Clarín durante un reciente paso por Buenos Aires, adonde llegó invitado por el programa Argentina 2030 de la Jefatura de Gabinete de Ministros del gobierno nacional.
Para Haidt, el tema es serio, en tanto no se trata solamente de gente que dice “sentirse deprimida”, ya que se observa la misma curva ascendente para intentos de suicidio. “Hay algo que afecta a esta generación que no afectó a los millennials”, detalla.
La punta del iceberg
Fue en 2014, el momento en que la primera cohorte de miembros de la Generación Z desembarcaba en los campus universitarios estadounidenses, que Haidt empezó a tomar conciencia de que estaba pasando algo que no había visto antes.
La camada de ingresantes planteó desde el vamos una dicotomía distinta: no veían las cosas en términos de “verdadero” o “falso”, sino en relación a cómo los hacía sentir. “No son todos por supuesto, pero hay una cantidad significativa que sienten que las palabras son violentas, y que los libros son peligrosos. Y buscan ser protegidos de eso”, apuntó.
Hay dos términos que Haidt presenta en su artículo que sirven para entender un poco más de lo que está hablando. Uno es microagressions (microagresiones), y se refiere a instancias en las que una persona puede sentirse agredida o insultada por comentarios, que a primera vista pueden parecer banales.
Un ejemplo sería preguntarle a alguien de origen asiático o latino
“dónde nació”, porque se asume que esa persona no es estadounidense.
El otro término es trigger warnings (advertencia de evento desencadenante), y refiere a alertas en las cuales se le informa a un profesor que ciertos textos pueden generar fuertes respuestas emocionales en los alumnos. Por ejemplo, el caso del El Gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald, en donde se narran episodios de misógina y abuso físico, puede ser traumatizante para alguien que vivió experiencias similares, y se le debería permitir evitar este libro.
“En las universidades, este es un verdadero problema. Desde Sócrates para acá, la idea de un gran maestro estuvo atado siempre a la idea de enseñarles a los estudiantes cómo pensar, a diferencia de qué pensar. Ya no se puede hacer”, detalla Haidt, que señala a su vez que este tipo de comportamiento es consistente con personas que manifiestan altos niveles de ansiedad y estrés.
Hay numerosas causas que pueden servir para explicar la necesidad de protección que pareciera afectar a un sector de esta generación en Estados Unidos. Los miembros de la Generación X (nacidos entre 1965 y 1979), se criaron con relativa libertad de sus padres: podían salir a andar en bicicleta solos a los 8 años, y sus actividades después de las horas escolares eran menos controladas.
El hecho de que la inseguridad y los raptos infantiles empezaron a aparecer de forma creciente en los medios a partir de la década del 80, contribuyó a generar inquietud. La masacre de Columbine de 1999 puso el tema del bullying en primer plano, y el deseo de convertir a las escuelas en lugares “seguros” se tranformó en una prioridad.
Para los nacidos después de 1980, el mensaje parece haber sido el siguiente: el mundo es un lugar peligroso, y los adultos haremos lo posible para asegurarnos de que estés protegido, no sólo de gente que no conocés, sino también de los que conocés.
Redes sociales y ansiedad
Parte del aumento en los niveles de ansiedad y depresión detectados en miembros de Generación Z puede atribuirse al hecho de que son más abiertos a hablar de sus problemas, pero la mayoría de los expertos coinciden en que hay cierta correlación entre el uso de redes y el aumento de malestar psicológico.
Haidt remarca de entrada que las redes sociales no son intrínsecamente perjudiciales, y que tienen muchos efectos positivos. Permiten a los jóvenes ser mucho más proactivos: pueden interactuar y establecer redes, lo que ha conducido a su vez a mayores niveles de compromiso de causas como la del cambio climático, por ejemplo.
Según las investigaciones recolectados por Haidt, el punto de inflexión de la cuestión pasa por la cantidad de tiempo. Hasta las dos horas diarias, no pareciera haber grandes impactos en el bienestar psicológico. Los aumentos significativos en depresión y ansiedad pueden establecerse recién cuando un usuario se pasa de las siete horas diarias. Y las más afectadas son las chicas jóvenes, entre los 10 y los 14 años.
“Este es un hallazgo controversial, no todos concuerdan conmigo, pero incluí todos mis hallazgos en mi revisión del libro. Y hay investigaciones de varios orígenes en los que me baso para además afirmar que lo malo no son las pantallas, sino las redes sociales“, remata.
Un estudio realizado por el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades respecto a los índices de suicidios entre jóvenes de entre 10 y 14 años de ambos sexos, desde 1975 hasta 2015, mostró aumentos significativos para varones y mujeres a partir de 2007, y una curva que no ha dejado de crecer. Mientras que para los varones, el nivel actual no supera el máximo histórico, las mujeres ya han superado el máximo registrado en 1992.
“Las mujeres millennials no presentan estos problemas, porque ellas
se toparon con las redes en la universidad, y sus cerebros ya estaban
formados”, explica Haidt. En base a lo que se sabe actualmente sobre el
desarrollo humano y el trauma, la ansiedad crónica crea altos niveles de la hormona cortisol.
Si esta hormona aumenta de manera significativa, el desarrollo cerebral cambia. Se aprende que el mundo es un lugar amenazante y que hay que estar siempre en alerta, porque un ataque puede llegar en cualquier momento.
Habla un centennial
Cada generación ha tenido (y tiene) sus problemas. La Generación X fue retratada como apática y cínica (hay inclusive una película de 1992, llamada Generación X, protagonizada por Ethan Hawke y Winona Ryder, que retrata esta cuestión), y los millennials son acusados en los medios de coquetear con el socialismo y poner en riesgo el carácter capitalista de Estados Unidos. La verdad suele estar siempre en algún lugar en el medio.
Devlyn Tifft tiene 21 años. Nació en San Diego, California, en 1997, y en 2005 se mudó a Virginia. Acaba de terminar el college, donde estudió Ciencias Políticas y Filosofía, y su próximo objetivo es estudiar Derecho y convertirse en abogado. Tiene un perfil de Facebook y es también usuario de Reddit. Es, por una cuestión etaria, uno de los miembros más grandes de la Generación Z, los que están ya en las etapas más avanzadas de su educación.
Tifft le suma una arista más al tema de la ansiedad que generan las redes sociales, y es la cuestión de la viralidad. “Saber que uno puede convertirse en un fenómeno viral sin hacer nada es algo con los que todos convivimos desde los 15 años en adelante”, explica en conversación vía Skype con Clarín. “Se filma un video en donde uno está y se sube a Internet, y cualquier cosa puede pasar”, agrega
La cuestión de la seguridad en los campus universitarios es un tema que conoce de primera mano, ya que estudió en Virginia Tech, la universidad en donde el estudiante surcoreano Seung-Hui Cho asesinó a 32 personas e hirió a 29, antes de suicidarse, en 2007. Es el peor ataque universitario en la historia de los Estados Unidos.
“Diría que el campus de Virgina Tech es todos los que he visitado en Estados Unidos. Se ven guardias de seguridad en todas partes, pero las autoridades han hecho un esfuerzo en tratar de que eso no se perciba como una amenaza” detalla.
“Por ejemplo, si uno ve alguien que potencialmente podría llegar a hacerse daño, se puede llamar a la policía para que vengan a ayudarlo, y que la cuestión quede ahí. En otros lugares, una situación así seguramente derivaría en algún procedimiento legal posterior”, explica.
Tifft ha atravesado todo tipo de situaciones en la universidad, desde confrontaciones con nazis hasta discriminaciones contra homosexuales y minorías, y, salvo en situaciones en que el debate sea fútil y solo pensado como una estrategia para difamar a alguien, no cree que nadie deba ser censurado en la universidad.
Por otro lado, sí plantea un desacuerdo respecto a Haidt, en cuanto a qué postura tomar ante un argumento considerado “ofensivo”. “Él dice que hay que enseñarle a los alumnos a no ofenderse. Yo diría que habría que enseñar a confrontar a quién nos ofende, explicarle por qué lo que dice puede ser considerado ofensivo, y avanzar a partir de ahí”, concluye.
Interrogantes del futuro
Los miembros más grandes de la Generación Z están entrando a la fuerza laboral de Estados Unidos, lo que abre nuevos interrogantes.
“Los empresarios con los que hablo están exhaustos de tanto conflicto. Alguien contó un chiste en el comedor, otra persona lo escuchó, y ahora la empresa está alborotada”, explica Haidt, quien agrega que para ciertas empresas que contratan egresados de disciplinas como periodismo y medios, artes liberales y tecnología de universidades de elite, es un tema con el que van a tener que lidiar.
“Un estudiante universitario puede protestar e intentar avergonzar y escrachar a aquellos que no le caen bien, y la universidad no deja de funcionar“, explica Haidt. La ecuación cambia cuando se trata de una empresa pequeña, que depende de su reputación y su buen nombre.
“Una denuncia que se vuelve viral puede terminar siendo difundida por un medio tradicional, y la cobertura se expande exponencialmente”, concluye.
Haidt se encarga siempre de bregar contra el alarmismo. Por un lado, es un problema que no se ven en todos los miembros de la generación, y hasta ahora sólo pareciera afectar a ciertos países. De todas maneras, la relación entre salud mental y uso de redes empieza a estar presente en los debates sobre tecnología, y todo apunta a que es un tema que irá ganando presencia en las agendas de gobiernos y organismos de salud.
Es el grupo demográfico más étnicamente diverso de la historia de Estados Unidos: solo el 54% es blanco, mientras que el 24% es hispánico (o latino), el 14% es negro, el 4% es asiático, y el 4% restante es de otras etnias.
Son más cautelosos que generaciones anteriores. En 2014, el 66% de adolescentes había probado alcohol, en comparación al 82% en 1991. A su vez, en 2013, solo el 8% afirmó no usar cinturón de seguridad en el auto, en comparación con el 26% de 1991.
También registran menores índices de uso de drogas, embarazos adolescentes y alcoholismo que generaciones previas, como así también índices más altos de personas con secundario completo.
Pero tal vez el factor que más los identifica es algo que es visible hasta para el observador más casual: su vínculo estrecho con la tecnología. Junto con los integrantes más jóvenes de los millennials, el recorte demográfico anterior (nacidos entre 1980 y 1994), los miembros de la Generación Z nacieron con Internet de alta velocidad en sus casas, y el uso masivo de celulares empezaba a extenderse.
Según un estudio de 2014, el 41% de los jóvenes de este grupo pasan hasta tres horas diarias online para actividades no relacionadas con la escuela.
Pero hay un dato que los distingue en cuanto al uso de la tecnología, y es la aparición de las redes sociales. Para botón de muestra, vale recordar que Facebook se fundó en 2004, y que a partir de 2006 empezó a permitir que cualquier persona mayor a 13 años se uniera a su plataforma. Y para un investigador, este dato es un factor clave a tener en cuenta.
La inmersión en los celulares es un rasgo característicos de los miembros de la Generación Z..
Desde entonces, Haidt ha seguido investigando la cuestión y mantiene dos reviews open-source (una suerte de trabajo colaborativo donde distintas personas hacen aportes) con investigadores de Canadá y el Reino Unido, en donde recolecta información sobre el tema, tanto de quienes apoyan su teoría como de quienes la disputan.
En los últimos años, han surgido estudios que apuntan a un aumento en los niveles de ansiedad, depresión e índices de suicidios, entre miembros de Generación Z. La postura de Haidt, que él mismo reconoce tiene detractores, es que hay una relación entre estas alzas y el uso de redes sociales.
“Las alzas impresionantes en los niveles de depresión y ansiedad en personas nacidas después de 1995 afecta especialmente a las mujeres”, explica Haidt en diálogo con Clarín durante un reciente paso por Buenos Aires, adonde llegó invitado por el programa Argentina 2030 de la Jefatura de Gabinete de Ministros del gobierno nacional.
Para Haidt, el tema es serio, en tanto no se trata solamente de gente que dice “sentirse deprimida”, ya que se observa la misma curva ascendente para intentos de suicidio. “Hay algo que afecta a esta generación que no afectó a los millennials”, detalla.
La punta del iceberg
Fue en 2014, el momento en que la primera cohorte de miembros de la Generación Z desembarcaba en los campus universitarios estadounidenses, que Haidt empezó a tomar conciencia de que estaba pasando algo que no había visto antes.
La camada de ingresantes planteó desde el vamos una dicotomía distinta: no veían las cosas en términos de “verdadero” o “falso”, sino en relación a cómo los hacía sentir. “No son todos por supuesto, pero hay una cantidad significativa que sienten que las palabras son violentas, y que los libros son peligrosos. Y buscan ser protegidos de eso”, apuntó.
El otro término es trigger warnings (advertencia de evento desencadenante), y refiere a alertas en las cuales se le informa a un profesor que ciertos textos pueden generar fuertes respuestas emocionales en los alumnos. Por ejemplo, el caso del El Gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald, en donde se narran episodios de misógina y abuso físico, puede ser traumatizante para alguien que vivió experiencias similares, y se le debería permitir evitar este libro.
“En las universidades, este es un verdadero problema. Desde Sócrates para acá, la idea de un gran maestro estuvo atado siempre a la idea de enseñarles a los estudiantes cómo pensar, a diferencia de qué pensar. Ya no se puede hacer”, detalla Haidt, que señala a su vez que este tipo de comportamiento es consistente con personas que manifiestan altos niveles de ansiedad y estrés.
Hay numerosas causas que pueden servir para explicar la necesidad de protección que pareciera afectar a un sector de esta generación en Estados Unidos. Los miembros de la Generación X (nacidos entre 1965 y 1979), se criaron con relativa libertad de sus padres: podían salir a andar en bicicleta solos a los 8 años, y sus actividades después de las horas escolares eran menos controladas.
El hecho de que la inseguridad y los raptos infantiles empezaron a aparecer de forma creciente en los medios a partir de la década del 80, contribuyó a generar inquietud. La masacre de Columbine de 1999 puso el tema del bullying en primer plano, y el deseo de convertir a las escuelas en lugares “seguros” se tranformó en una prioridad.
Para los nacidos después de 1980, el mensaje parece haber sido el siguiente: el mundo es un lugar peligroso, y los adultos haremos lo posible para asegurarnos de que estés protegido, no sólo de gente que no conocés, sino también de los que conocés.
Redes sociales y ansiedad
Parte del aumento en los niveles de ansiedad y depresión detectados en miembros de Generación Z puede atribuirse al hecho de que son más abiertos a hablar de sus problemas, pero la mayoría de los expertos coinciden en que hay cierta correlación entre el uso de redes y el aumento de malestar psicológico.
Haidt remarca de entrada que las redes sociales no son intrínsecamente perjudiciales, y que tienen muchos efectos positivos. Permiten a los jóvenes ser mucho más proactivos: pueden interactuar y establecer redes, lo que ha conducido a su vez a mayores niveles de compromiso de causas como la del cambio climático, por ejemplo.
Según las investigaciones recolectados por Haidt, el punto de inflexión de la cuestión pasa por la cantidad de tiempo. Hasta las dos horas diarias, no pareciera haber grandes impactos en el bienestar psicológico. Los aumentos significativos en depresión y ansiedad pueden establecerse recién cuando un usuario se pasa de las siete horas diarias. Y las más afectadas son las chicas jóvenes, entre los 10 y los 14 años.
“Este es un hallazgo controversial, no todos concuerdan conmigo, pero incluí todos mis hallazgos en mi revisión del libro. Y hay investigaciones de varios orígenes en los que me baso para además afirmar que lo malo no son las pantallas, sino las redes sociales“, remata.
Un estudio realizado por el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades respecto a los índices de suicidios entre jóvenes de entre 10 y 14 años de ambos sexos, desde 1975 hasta 2015, mostró aumentos significativos para varones y mujeres a partir de 2007, y una curva que no ha dejado de crecer. Mientras que para los varones, el nivel actual no supera el máximo histórico, las mujeres ya han superado el máximo registrado en 1992.
Si esta hormona aumenta de manera significativa, el desarrollo cerebral cambia. Se aprende que el mundo es un lugar amenazante y que hay que estar siempre en alerta, porque un ataque puede llegar en cualquier momento.
Habla un centennial
Cada generación ha tenido (y tiene) sus problemas. La Generación X fue retratada como apática y cínica (hay inclusive una película de 1992, llamada Generación X, protagonizada por Ethan Hawke y Winona Ryder, que retrata esta cuestión), y los millennials son acusados en los medios de coquetear con el socialismo y poner en riesgo el carácter capitalista de Estados Unidos. La verdad suele estar siempre en algún lugar en el medio.
Devlyn Tifft tiene 21 años. Nació en San Diego, California, en 1997, y en 2005 se mudó a Virginia. Acaba de terminar el college, donde estudió Ciencias Políticas y Filosofía, y su próximo objetivo es estudiar Derecho y convertirse en abogado. Tiene un perfil de Facebook y es también usuario de Reddit. Es, por una cuestión etaria, uno de los miembros más grandes de la Generación Z, los que están ya en las etapas más avanzadas de su educación.
Tifft le suma una arista más al tema de la ansiedad que generan las redes sociales, y es la cuestión de la viralidad. “Saber que uno puede convertirse en un fenómeno viral sin hacer nada es algo con los que todos convivimos desde los 15 años en adelante”, explica en conversación vía Skype con Clarín. “Se filma un video en donde uno está y se sube a Internet, y cualquier cosa puede pasar”, agrega
La cuestión de la seguridad en los campus universitarios es un tema que conoce de primera mano, ya que estudió en Virginia Tech, la universidad en donde el estudiante surcoreano Seung-Hui Cho asesinó a 32 personas e hirió a 29, antes de suicidarse, en 2007. Es el peor ataque universitario en la historia de los Estados Unidos.
“Diría que el campus de Virgina Tech es todos los que he visitado en Estados Unidos. Se ven guardias de seguridad en todas partes, pero las autoridades han hecho un esfuerzo en tratar de que eso no se perciba como una amenaza” detalla.
“Por ejemplo, si uno ve alguien que potencialmente podría llegar a hacerse daño, se puede llamar a la policía para que vengan a ayudarlo, y que la cuestión quede ahí. En otros lugares, una situación así seguramente derivaría en algún procedimiento legal posterior”, explica.
Tifft ha atravesado todo tipo de situaciones en la universidad, desde confrontaciones con nazis hasta discriminaciones contra homosexuales y minorías, y, salvo en situaciones en que el debate sea fútil y solo pensado como una estrategia para difamar a alguien, no cree que nadie deba ser censurado en la universidad.
Por otro lado, sí plantea un desacuerdo respecto a Haidt, en cuanto a qué postura tomar ante un argumento considerado “ofensivo”. “Él dice que hay que enseñarle a los alumnos a no ofenderse. Yo diría que habría que enseñar a confrontar a quién nos ofende, explicarle por qué lo que dice puede ser considerado ofensivo, y avanzar a partir de ahí”, concluye.
Interrogantes del futuro
Los miembros más grandes de la Generación Z están entrando a la fuerza laboral de Estados Unidos, lo que abre nuevos interrogantes.
“Los empresarios con los que hablo están exhaustos de tanto conflicto. Alguien contó un chiste en el comedor, otra persona lo escuchó, y ahora la empresa está alborotada”, explica Haidt, quien agrega que para ciertas empresas que contratan egresados de disciplinas como periodismo y medios, artes liberales y tecnología de universidades de elite, es un tema con el que van a tener que lidiar.
“Un estudiante universitario puede protestar e intentar avergonzar y escrachar a aquellos que no le caen bien, y la universidad no deja de funcionar“, explica Haidt. La ecuación cambia cuando se trata de una empresa pequeña, que depende de su reputación y su buen nombre.
“Una denuncia que se vuelve viral puede terminar siendo difundida por un medio tradicional, y la cobertura se expande exponencialmente”, concluye.
Haidt se encarga siempre de bregar contra el alarmismo. Por un lado, es un problema que no se ven en todos los miembros de la generación, y hasta ahora sólo pareciera afectar a ciertos países. De todas maneras, la relación entre salud mental y uso de redes empieza a estar presente en los debates sobre tecnología, y todo apunta a que es un tema que irá ganando presencia en las agendas de gobiernos y organismos de salud.
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